

Carlos V se da cuenta de que se acerca el final, y ordena su Codicilo, firmado el nueve de septiembre. Quiere dejar resuelta la deuda con sus servidores, los que le han atendido hasta el último momento en Yuste, y envía a su hijo la nómina de su pequeño séquito.
Ya a mediado de mes no es capaz de probar bocado. Los delirios son cada vez más frecuentes. En un momento de lucidez, pide que le lean el testamento y afronta la cuestión del enterramiento. En principio, su deseo es que sea en la iglesia de Yuste, debajo de su altar, y que sea llevado allí el cuerpo de la Emperatriz. Al final, Carlos V lo deja a criterio de su hijo.
El día 18 tiene una pequeña mejoría, pero el 19 recibe la Extremaunción. Pide a los monjes que lean los salmos. Pide el crucifijo con el que había muerto su mujer, la Emperatriz, y que se enciendan las velas de los moribundos.
Muere en la madrugada del día 21 de septiembre de 1558, día de San Mateo.
Así murió Carlos V, el último Emperador de Occidente, el único Emperador del Viejo y Nuevo Mundo.
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